sábado, 29 de agosto de 2009

La aventura de un nacimiento: Dilatación y Parto


Una vez ingresada en el Hospital pasé un nuevo reconocimiento, con una chica joven y muy respetuosa con los dolores que estaba sintiendo.

Dentro de su consulta ya me despojé de la ropa y me puso una bata, para pasar a la habitación donde pasaría el proceso de dilatación y demás cosas.

En el brazo izquierdo, me pusieron una catéter de plástico (Leo creía que era una aguja) por donde me administraban suero, para evitar la deshidratación. Y en el otro brazo, más o menos a cada hora, me tomaban la tensión.

Al principio, mi idea era la de no ponerme la anestesia epidural. Creí que sería posible aguantar los malestares, pero luego sí que la pedí, sin importarme nada de lo dicho antes. Tuve que firmar una serie de impresos (uno de ellos el referente a la anestesia) y sin dudarlo hice un garabato dando mi consentimiento.
Una de las cosas más incómodas del proceso de la anestesia, fue el aplicarla. Yo pensaba que sería tumbada de lado, colocando la espalda lo más curvada posible, pero no fue así. Tuve que estar un buen rato sentada y sin mover un músculo (cosa difícil con las contracciones). Para ello, cuando sentía que me venía una contracción se lo hacía saber al anestesista para que no se moviera él tampoco.
Hay que tener en cuenta que para aplicarla te tienen que pinchar entre dos vértebras de la columna, y si se equivocan o hay un ligero movimiento, puede haber consecuencias no queridas ni esperadas.

Después de un buen rato inmóvil, sentada en la cama, pude volver a recostarme y me pusieron la anestesia, esperando que hiciera efecto. Pero, cada poco tiempo iba moviendo los dedos de los pies y seguía sintiéndolos, con lo cual empecé a sospechar que algo no estaba funcionando... la anestesia no me hizo ni cosquillitas.
Cuando se lo dijimos a las enfermeras, volvieron a llamar al anestesista y me puso otra ración... y tampoco tuve alivio, más allá del frío en la espalda cuando la estaban introduciendo.

Las horas pasaron, y Leo me iba refrescando la cara y abanicando con lo que tenía a mano, lo cual se agradecía y mucho. También me pasaba (sin que lo supieran las matronas) un botellín con agua, para darle un sorbito de vez en cuando. La verdad es que se pasa bastante sed y calor con el trabajo de dilatación.

Más tarde (por la ventana veía que estaba oscureciendo fuera) vinieron dos de las chicas que me estaban atendiendo y me dijeron que me iban a poner una sonda para aliviar la vegija de líquidos. Una cosa que no tenía yo prevista y que al principio resultó bastante incómoda, pero que cuando se vació resultaba un alivio. Y esto se repitió cada hora, más o menos.

Otra cosa que también intentamos fue el cambio de posición, para ver si me aliviaba los dolores. Yo pensaba que la posición a cuatro patas sería más cómoda, pero resultó ser todo lo contrario. Ni así, ni de lado. Es más, casi no me podía dar la vuelta para probar, por lo que al final opté por quedarme de espaldas, aunque con el respaldo de la cama bastante vertical.

También venía cada poco tiempo la matrona para comprobar (con sus dedos) cuánto tenía de dilatación. Eso no habría sido tan molesto si no fuese por las contracciones. Una cosa sumada a la otra no fue nada cómodo. Pero había que hacerlo y punto.
Entre esas visitas, Leo estaba conmigo y fue muy bonito escucharle decir que veía la cabecita asomando cuando yo tenía una contracción. Al hacer las respiraciones y los pujos tal como me dijeron las matronas, él podía ver cómo se iba acercando a la salida. Pero aún faltaba un empujón más.

Sobre las 23:30 aproximadamente, me hicieron la última exploración y decidieron pasarme al paritorio. A Leo le dieron la ropa adecuada para que estar en la sala, y mientras se cambiaba a mi me trasladaron.
Creo que la peor parte de todo fue el tener que pasarme de una camilla a la de parto, con las piernas sobre los soportes. Pero no fue tan grave la cosa, porque la comunicación con las matronas fue muy buena, respetaron mis tiempos y me animaban y aconsejaban.

Lo que recuerdo del paritorio, fueron tres contracciones. Con la primera, la ginecóloga dijo que ya tenía casi toda la cabecita afuera. Con la segunda, una matrona se puso sobre mi abdomen y empujó con su brazo hacia abajo; yo cogí aliento profundamente y di un grito enorme, con lo cual mi niña ya tenía casi todo el cuerpecito fuera. La matrona me dijo que no gritara, a lo que contesté que era lo que me apetecía en ese momento (yo sólo seguía mis instintos básicos). Y con la tercera contracción, ya terminó de salir Lucía y nada más pasó, me la pusieron encima del pecho, mientras le pasaban unas toallas para secarla y que no perdiera calor.

Yo me aparté la bata que me cubría el pecho, mientras y la abracé todo el rato. Cuando pude cogí una de las toallas que traían y le sequé la cabecita. Lloró un poco y enseguida se calmó sobre mi pecho. Después de cortarle el cordón umbilical, la llevaron un par de metros de mi, para hacerle los chequeos correspondientes (siempre bajo la atenta mirada de Leo) y para pesarla mi medirla.

Casi todas se quedaron asombradas de todo el pelo que tenía en la cabecita y de lo grande que había salido. Cuando una de las matronas dijo que "a ver cuánto pesa", yo dije que 4 kg, y otra matrona dijo que "no, que como mucho 3,5 kg".
Pero acerté, yo sabía que eran 4 kg y resultaron 3,990 kg.

Mientras pasaba eso, la ginecóloga me daba unos puntos en el perineo porque se había producido un desgarro. Aunque yo no sentí nada en su momento, pero sí había pasado. En cierto momento me dijeron que me iban a hacer la episiotomía (una pequeña incisión en esa parte para evitar el desgarro) pero no dio tiempo, porque la salida de Lucía fue muy rápida.


sábado, 22 de agosto de 2009

La aventura de un nacimiento: Cómo escaquearse de un hospital cutre e ir donde te respeten!


El lunes 17 de agosto a las 22:55 hrs nació mi hija Lucía Ainhoa.

Fue toda una aventura el llegar al hospital donde queríamos que naciera, ya que el que me tocaba era otro, el Hospital Clínico San Carlos de Madrid.

El día 17, por la mañana teníamos cita para hacer la monitorización de la beba en el Clínico y fui sin pensar que me iban a decir que ya tenía que quedarme ingresada.
Como todos los días me levanté (8:30) y al ir al baño me di cuenta que había expulsado el tapón mucoso. Me gustó la idea de saber que el momento estaba cerca, aunque había leído de que la expulsión del tapón mucoso no era indicio de parto inminente, sino de que a partir de eso se puede tardar unos días en iniciarse.
De todas formas, algún malestar en la tripa ya estaba notando, y algo sospeché... sobre todo cuando vi que las contracciones iban siendo un poco más inaguantables y más frecuentes.
Aún así, hice lo de siempre, desayuné, miré un poco la TV y salí (en el Metro) para el hospital a la cita médica (10:00). Por el camino fui practicando las respiraciones que había enseñado la matrona en las clases de Preparación al Parto para cuando sintiera las contracciones.

Al llegar fui a la cafetería a conseguir algún tentempié dulce, ya que para hacer la monitorización se necesita haber ingerido algo dulce unos minutos antes, para así hacer que se mueva la beba. Ya previendo que si no lo hacía por mi cuenta, la matrona (a la que bauticé como Miss Simpatía) lo recordaría durante cada minuto de lo que durara la monitorización.

Cuando llegué a la puerta L, correspondiente con las consultas donde se realizan las monitorizaciones, me senté a esperar a que la enfermera saliera a pedir los papeles con las citas y luego a esperar a que me tocara turno. Y mientras seguía con las contracciones y respirando profundo en cada una.

A eso de las 11:00 u 11:30 me tocó turno de pasar y durante la monitorización se veía en las gráficas que tenía contracciones seguidas y regulares, por lo que Miss Simpatía me empezó a decir que cómo había esperado tanto, que ya me quedaría ingresada, que estaba en un buen momento para ponerme la epidural y que pasara con el ginecólogo para que me hiciera una exploración para ver cuántos centímetros tenía de dilatación.
Para qué le habré hecho caso a la matrona!!! El ginecólogo era un bestia, metiendo los dedos a saco, sin contar las molestias de las contracciones y dejándome sangrando. Dijo que el sangrado era normal, lo cual no tengo muy claro aún, y que estaba con 2 centímetros de dilatación.
A todo esto, también había otra chica que estaba con contracciones y nos hicieron ir a las dos por urgencias mientras la matrona "tramitaba" nuestro ingreso. Pero yo tenía muy claro que no quería parir en ese hospital, así que me previne y llamé a Leo que estaba trabajando en ese momento. Le dije que ya estaba de parto, que me fuera a buscar urgente al hospital para irnos al Hospital de Alcorcón, que es donde yo quería que pasara todo.

Mientras él salía de la oficina, iba hasta donde había dejado el coche, lo llevaba lo más cerca del hospital posible y se desplazaba hasta allí a buscarme, la matrona nos llevó (a la otra chica y a mi) a la quinta planta, donde tuve que pasar por otra exploración; aunque esta vez me tocó una enfermera o matrona más sensible, que por lo menos se puso un lubricante en los dedos y fue despacio. Y en ese momento ya tenía 3 centímetros de dilatación.

Cuando terminó de explorarme, le indiqué si había posibilidad de que me derivaran al Hospital de Alcorcón, donde quería dar a luz, alegando que era el sitio que yo había elegido (sabiendo que es un derecho mío el elegir dónde parir), y que sólo estaba allí porque esa mañana me había tocado la monitorización.
Al decirme que no era posible una derivación ni nada por el estilo, continuaron insistiendo en que no me preocupara, que me ingresarían y que todo saldría bien. Pero su actitud simpática cambió cuando les dije que de eso nada, que hasta que no llegara mi marido no ingresaría, que él me pasaría a buscar y que nos iríamos al hospital que yo quería.
A continuación me dijeron que si me negaba a quedar ingresada que debería firmar el alta voluntaria, con la precaución de quedarme en la sala de espera y que si llegaba a romper aguas me quedaría allí sí o sí, a lo cual no me pude negar.
Aguantando el efecto de las contracciones y respirando profundo en la ventana de la sala de espera, volví a llamara Leo a ver por dónde estaba y si le faltaba mucho. Cuando me dijo que estaba por Argüelles (a una estación de metro de Moncloa, donde debía bajarse para ir hasta el hospital) me fui de la sala de espera y bajé hasta la entrada del hospital a esperar que llegase.

No sé cuánto tiempo pasó, porque ya estaba entrando en el llamado en muchos foros como "planeta parto" donde sólo te concentras en las contracciones y la respiración, en la medida de lo posible. Un rato más tarde Leo aparece junto con María (su hija, o sea mi hijastra) y partimos hacia Moncloa... pero no a pie, porque ya no podía yo con mi tripa. Entonces decidimos ir en autobús, y nos ponemos a esperarlo... y por suerte no tardó casi nada. Un par de minutos y llegamos al Metro, bajamos y a esperar el tren... que tampoco tardó mucho y por suerte tenía aire acondicionado a tope. El fresquito me aliviaba bastante.

Cuando llegamos a la estación de metro de Laguna, mientras Leo iba a buscar el coche y ponerlo cerca de la salida, María y yo fuimos en ascensor hasta la superficie.
Sobre un chubasquero (el mismo que habíamos comprado en nuestra luna de miel en La Coruña) puesto en el asiento del coche, me recosté y arrancamos... aunque no al hospital.
Tuvimos tiempo de pasar por casa a recoger el bolso que ya tenía preparado (y que había dejado cerrado con todo guardado la noche anterior) y (¡¡horror!!) por la gasolinera, ya que nos estabamos quedando secos. Y después sí fuimos a Alcorcón.

A todo esto María me fue controlando el tiempo entre las contracciones y ya estaban en 2 minutos y medio y ya eran las 16:00 hrs.

Cuando llegamos al Hospital, bajamos en el coche hasta Urgencias y Leo fue a avisar adentro que ya estaba de parto. Salió un enfermero con una silla de ruedas y una matrona para ayudarme a bajar, pero la silla no la utilicé; prefería ir andando ya que era mejor para favorecer la bajada de la beba.
Mientras Leo fue a aparcar, María fue a comenzar el trámite de mi admisión y luego me puse con ella en el mostrador a añadir otros datos. Ahí me pusieron una primera pulsera identificativa con mis datos y luego nos llevaron a la sala de espera. Creo que esto fue lo único que no estuvo del todo bien, porque con las contracciones, tener que estar esperando, no sé yo. Aunque no tardaron mucho, a Leo y a mi nos pareció una eternidad.



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